Ataques contra las autoridades electorales y la sociedad civil
La administración Trump, al alegar falsamente que las elecciones presidenciales de 2020 fueron un robo, ya ha atacado a organizaciones y personas que considera adversarias con represalias injustificadas o inadecuadas. Ahora amenaza con hacer lo mismo contra ciertas autoridades electorales, grupos cívicos que movilizan al electorado y otras personas y entidades que protegen las elecciones y el estado de derecho. Este tipo de acciones pueden ser herramientas de represalias, intimidación o coerción.
La instrumentalización política de las agencias federales
Varios grupos de tareas nuevos a nivel federal —el Grupo de Trabajo de Instrumentalización Política del DOJ, el Grupo de Tareas para la Integridad Electoral de la fiscalía federal de Nueva Jersey y la Unidad Especial: Rendición de Cuentas sobre Elecciones de la fiscalía en Washington, D.C.— representan un enfoque judicial federal con respecto a las elecciones que se concentra en atacar al electorado, a las autoridades electorales, a adversarios políticos percibidos y a la prensa. Estos grupos de tareas asignan recursos para detectar un presunto fraude electoral generalizado —un problema que no existe— y penalizar ataques contra oponentes políticos.
Varios funcionarios nombrados políticamente que han difundido falsedades sobre los resultados de las elecciones de 2020, como la fiscal general federal Pam Bondi, la fiscal general adjunta Harmeet Dhillon, y el director del FBI Kash Patel, han empoderado y facultado a estos grupos de tareas. Bondi, Dhillon y Patel también han dejado en claro que están dispuestos a usar el poder federal para investigar y procesar a personas que consideran responsables de un supuesto fraude electoral. Patel afirmó: “Vamos a perseguir a las personas que en los medios mintieron sobre ciudadanos estadounidenses, ayudaron a Joe Biden a manipular las elecciones presidenciales… vamos a perseguirlos”.
Bondi, en una de sus primeras medidas como fiscal general, creó el Grupo de Trabajo de Instrumentalización Política, cuyo propósito consiste en “revisar las actividades de todos los departamentos y agencias que ejercen un poder de procesamiento penal o civil en los Estados Unidos durante los últimos cuatro años”.
La administración le ha encomendado al grupo investigar a algunos de los enemigos percibidos del presidente, como el exfiscal especial Jack Smith y su personal por haber investigado los disturbios del 6 de enero, el fiscal del distrito de Manhattan y la fiscal general del estado de Nueva York por su participación en el procesamiento judicial contra Trump y sus negocios, y a cualquiera que haya investigado o procesado a los atacantes del 6 de enero.
Impacto: Durante la primera presidencia de Trump, algunas agencias y departamentos federales, de vez en cuando, sirvieron de freno contra sus medidas ilegítimas. Por ejemplo, cuando el presidente le pidió al fiscal general que confiscara máquinas de votación después de su derrota en las elecciones de 2020, el entonces fiscal general Bill Barr se negó a hacerlo. Pero, en su segundo mandato, es muy posible que las personas nombradas por el presidente no ofrezcan la misma resistencia. Al contrario, se muestran dispuestos a facilitar una interferencia en las elecciones al investigar a adversarios percibidos, atacar a autoridades electorales y sembrar la duda sobre los sistemas electorales.
¿Por qué está mal?: El DOJ puede y debe procesar los casos de fraude en las elecciones de los EE. UU., pero estos grupos de tareas se basan en nociones falsas de que, en los EE. UU., se manipulan las elecciones y existe un fraude electoral desenfrenado. En lugar de garantizar la integridad de las elecciones, estos grupos de tareas la menoscaban, como parte del grave giro que está realizando el departamento al dejar de proteger el derecho al voto.
Situación actual: La Constitución y la ley colocan límites sobre lo que pueden hacer estas personas nombradas políticamente. De hecho, los tribunales ya han anulado los intentos de esta administración de subvertir la ley. Por ejemplo, múltiples tribunales han declarado que las órdenes ejecutivas del presidente contra ciertas firmas de abogados violan la Primera Enmienda, y dos tribunales por ahora le han impedido al presidente ordenarle ilegítimamente a una agencia independiente y bipartidaria que agregue el requisito de presentar documentos de ciudadanía en el formulario federal de registro de votantes.
Penalización de firmas de abogados
El presidente firmó varias órdenes ejecutivas para revocar las autorizaciones federales de seguridad de seis firmas de abogados y prohibirle al gobierno federal contratarlas. Estas firmas han participado en litigios que buscan proteger el derecho al voto y tienen vínculos con personas que presentaron demandas por el ataque del 6 de enero contra el Capitolio, por los intentos de anular las elecciones de 2020 y por casos de interferencia en las elecciones de 2016. El presidente citó específicamente estos vínculos como un motivo para atacar a las firmas.
Por ejemplo, la orden contra Paul Weiss se basó, en parte, en el hecho de que la firma empleó a una abogada que demandó a una persona que había participado en la insurrección del 6 de enero. La orden contra Perkins Coie estipuló que la firma había representado a un oponente político del presidente, presentado demandas contra leyes electorales restrictivas de identificación de votantes que hacían más difícil votar a ciudadanos elegibles y, tal como lo indicó el tribunal que bloqueó la orden, presentó “demandas relacionadas con las elecciones… en contra de acciones impulsadas por el presidente o su campaña”.
Jenner & Block fue otra firma perjudicada porque empleó a Andrew Weissman, que, tal como afirmó el tribunal que bloqueó la orden, “provocó el desprecio del presidente” por criticarlo y haber participado “en una investigación legítima de un caso de interferencia en las elecciones”, es decir, la investigación y el procesamiento judicial contra el equipo de campaña del presidente por delitos relacionados con la interferencia extranjera en las elecciones de 2016. El vínculo con Weissman “extendió ese desprecio hacia la firma”, agregó el tribunal.
Y la firma Covington & Burling, según la orden ejecutiva, “asistió al exfiscal especial Jack Smith”. La firma le había brindado a Smith asesoramiento legal gratuito cuando el fiscal estaba investigando los disturbios del 6 de enero.
Impacto: Al estar propiciando estos ataques contra firmas de abogados por brindar servicios legales —incluso gratuitos— a favor de causas que la administración desaprueba, como la de proteger la libertad de votar, estas órdenes han tenido un efecto intimidante sobre muchas firmas de abogados, aun cuando no hubieran sido atacadas directamente, lo cual disminuye los recursos legales disponibles para la población estadounidense cuando se viola su derecho al voto.
En cierto sentido, las organizaciones sin fines de lucro y las fiscalías generales estatales han intervenido para brindar la asistencia legal necesaria, pero sigue habiendo carencias. Este efecto intimidante no afecta solo a las firmas de abogados. Puede hacer que, por ejemplo, las fiscalías eviten presentar cargos contra casos de interferencia en las elecciones. Y el intento de la administración de castigar a algunas de las instituciones jurídicas más poderosas y mejor provistas del país envía un poderoso mensaje a toda persona que esté considerando adoptar una postura contraria a la administración.
¿Por qué está mal?: Tal como lo han declarado muchos tribunales, estas acciones son ilegales. La Primera Enmienda le prohíbe al gobierno tomar represalias por ejercer el derecho protegido a la libertad de expresión y asociación, incluso represalias contra firmas de abogados que representan u ofrecen servicios legales a quienes ejercen su derecho a la libertad de expresión o asociación, sean del agrado o no del presidente.
Situación actual: Cuatro de las firmas legales atacadas presentaron demandas contra sus respectivas órdenes ejecutivas, y los tribunales han bloqueado de manera permanente las órdenes por violar la Primera Enmienda. A pesar de la clara ilegalidad de las órdenes, nueve firmas han firmado acuerdos con la administración. Como parte de esos acuerdos, estas firmas acordaron brindar servicios legales gratuitos a favor de causas del agrado del presidente.
Amenazas contra las autoridades electorales y organizaciones sin fines de lucro
El presidente y sus funcionarios nombrados para ocupar cargos políticos en el DOJ han amenazado una y otra vez con demandar a varias autoridades electorales que administraron las elecciones de 2020. Durante un discurso que dio el presidente Trump el 14 de marzo de 2025, dijo: “Qué diferencia tuvo sobre nuestro país una elección sucia y manipulada. La gente que nos hizo esto debería ir presa. Debería ir presa”.
El presidente también ha lanzado amenazas contra grupos de defensa de derechos sin fines de lucro que desempeñan un rol importante a la hora de aumentar la participación del electorado, monitorear las elecciones y presentar litigios para proteger la libertad de voto.
Estas amenazas coinciden, a grandes rasgos, con una propuesta del Proyecto 2025, la controversial agenda de políticas conservadoras creada por la Heritage Foundation, para acusar de delitos federales a personas que protegieron las elecciones de 2020. El Proyecto 2025 propuso acusar a autoridades electorales de conspiración penal para violar derechos civiles por su supuesto incumplimiento de la leyes estatales cuando estaban ayudando al electorado a votar en las elecciones de 2020.
No queda claro en qué medida la administración cumplirá con este plan, pero ya ha comenzado a atacar a funcionarios que protegieron las elecciones de 2020 y crear una infraestructura de grupos de tareas y grupos de trabajo que intensifican la amenaza de un procesamiento penal. En una orden ejecutiva, el presidente le indicó al DOJ que revisara las acciones de Chris Krebs, a quien el propio presidente había nombrado para liderar la Agencia federal de Seguridad de Infraestructura y Ciberseguridad (CISA, por sus siglas en inglés) en 2018, porque Krebs “negó que las elecciones de 2020 hubieran sido manipuladas y robadas”.
Además del Grupo de Trabajo de Instrumentalización Política del DOJ, se supo que el departamento está evaluando formas de acusar penalmente a autoridades electorales por no garantizar una correcta ciberseguridad, no sobre la base de pruebas, sino de supuestos impulsados por falsas alegaciones de un fraude electoral desenfrenado.
Impacto: Las investigaciones y procesamientos penales impondrían una fuerte carga personal y financiera sobre las autoridades electorales o el personal de las organizaciones sin fines de lucro por el simple hecho de estar cumpliendo con su trabajo de ayudar a tener elecciones libres y justas. Pero, más allá de eso, los daños que se ocasionan por atacar a funcionarios y grupos de la sociedad civil que hacen que nuestras elecciones funcionen son enormes y variados.
Aun cuando la administración nunca acuse penalmente a ningún funcionario, la mera amenaza de una investigación o procesamiento penal seguramente exacerbe el éxodo de autoridades electorales que están abandonando sus puestos.
En 2024, el 33 por ciento de los funcionarios electorales locales conocía por lo menos a un colega que había renunciado al menos en parte por temor a su seguridad, al incremento de amenazas o a posibles actos de intimidación; y el 21 por ciento dijo que era improbable que continuara en su puesto de trabajo para las elecciones de medio término de 2026.
En 2025, el 59 por ciento de los funcionarios señaló sentir miedo a sufrir una interferencia política en su capacidad de hacer su trabajo. El 46 por ciento estaba muy o un poco preocupado por la posibilidad de que ellos o sus colegas sean objeto de investigaciones por motivos políticos. A fin de cuentas, que tantos funcionarios experimentados abandonen sus puestos en la administración de las elecciones en los EE. UU. terminará perjudicando a los votantes.
La amenaza de investigaciones penales también puede hacer que las organizaciones de la sociedad civil abandonen su misión de aumentar la participación del electorado. Cuando Florida aprobó hace poco una ley que amenazaba a las organizaciones que realizan campañas de registro de votantes con sanciones penales y civiles por violar una serie de nuevas regulaciones restrictivas, algunas organizaciones redujeron sus tareas o directamente dejaron de registrar a votantes.
La administración también puede usar la amenaza de un procesamiento penal para presionar a las autoridades electorales y hacerlas cumplir con pedidos irrazonables o ilegítimos. Es posible que la administración ya esté efectuando acuerdos similares de quid pro quo, tal como quedó demostrado cuando el DOJ abandonó los cargos de corrupción contra el alcalde de la ciudad de Nueva York Eric Adams en la primavera de 2025.
Si bien el tribunal al final ordenó desestimar el caso con perjuicio (es decir, con la prohibición de presentar otra demanda en el futuro sobre los mismos hechos), el DOJ había pedido la desestimación sin perjuicio, lo cual habría dejado la oportunidad abierta para volver a presentar el caso en cualquier momento en el futuro y, por lo tanto, le habría permitido al DOJ seguir usando la amenaza de procesamiento contra Adams si este no accediera a cualquier pedido que le haga la administración.
La fiscal federal responsable del procesamiento, que había sido nombrada por el presidente, renunció como señal de protesta y alegó que la decisión estuvo motivada por un deseo de obtener la cooperación política de Adams sobre cuestiones no relacionadas con el caso.
Cualquier autoridad electoral, por miedo a una acusación penal, podría sucumbir a la presión y terminar purgando una enorme cantidad de votantes de los padrones electorales o cometiendo subversión electoral abiertamente.
Cuando el presidente intentó anular las elecciones presidenciales de 2020, él y sus aliados presionaron a muchas autoridades electorales locales y estatales —como en la famosa llamada telefónica al secretario de estado de Georgia Brad Raffensperger— para ayudar a sus planes. Raffensperger y otros funcionarios se negaron a subvertir los resultados, pero cualquier funcionario o autoridad electoral, ante la posibilidad de un procesamiento penal, ahora podría no demostrar la misma firmeza de principios.
¿Por qué está mal?: Amenazar con presentar cargos penales sobre la base de mentiras con respecto a las elecciones de 2020 no tiene ninguna justificación jurídica ni real. No hay ninguna prueba que demuestre que las elecciones de 2020 estuvieron afectadas por cualquier tipo de fraude o deshonestidad en la administración de las elecciones. El Proyecto 2025 propone utilizar una ley diseñada para proteger los derechos civiles, incluido el derecho al voto, a fin de procesar a funcionarios estatales que ayudaron a ejercer ese derecho, una teoría legal que seguramente sea difícil de defender ante la justicia.
La Primera Enmienda protege a los funcionarios electorales y grupos de defensa del electorado de cualquier represalia por su expresión o asociación, al igual que protege la libertad de expresión y asociación de las firmas de abogados.
Si la administración ataca a funcionarios o grupos por declarar públicamente que las elecciones son legítimas, seguras y transparentes o por registrar o alentar a la participación de votantes, las partes atacadas pueden ser capaces de bloquear cualquier investigación o procesamiento judicial antes de que prosigan, tal como lo hicieron las firmas de abogados que bloquearon con éxito las órdenes ejecutivas en su contra.
Además, las leyes federales y estatales prohíben a toda persona, incluidos los funcionarios federales, intimidar al electorado y a quienes lo asisten o alientan a votar, como hacen las autoridades electorales o las organizaciones de participación cívica. Y si bien es infrecuente que los votantes presenten demandas, sí pueden demandar a los funcionarios del DOJ en tribunales federales, conforme a las leyes que protegen contra la intimidación.
Situación actual: Hasta el momento, estas amenazas no han sido más que eso. Por ejemplo, a los abogados del DOJ encargados de encontrar maneras de procesar a autoridades electorales supuestamente por no garantizar una correcta ciberseguridad, se supo que les está costando encontrar alguna legislación penal que se lo permita.