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Para la actual administración, la frontera sur de Estados Unidos es un lugar peligroso, repleto de inmigrantes que violan la ley y caracterizado por la violencia de los carteles narco.
Este año, en una de sus primeras medidas como presidente, Donald Trump declaró la emergencia nacional en la frontera sur y autorizó a la Secretaría de Defensa a financiar la construcción del muro fronterizo y desplegar fuerzas de la Reserva del Ejército para asistir al Departamento de Seguridad Nacional en sus operaciones fronterizas.
Hace poco, designó 170 millas de tierras fronterizas como una “instalación militar”, donde las fuerzas armadas federales ahora pueden cachear y detener a inmigrantes que “entran ilegalmente” a esta nueva “área de defensa”.
Pero esa no es la frontera que yo conozco. Mi frontera es un espacio de celebración y comunidad de profundas raíces, un lugar donde las culturas no chocan, se entrelazan.
Nací en los Estados Unidos y me crie entre los dos mundos de Brownsville en Texas y Matamoros en México. Mi familia vivió en Matamoros hasta mis tres años de edad y luego nos mudamos otra vez a Brownsville. Cuando tenía 14 años, nos volvimos a mudar a Matamoros, donde he vivido desde entonces, salvo cuando estoy en Nueva York, donde voy a la universidad.
La frontera nunca fue una barrera, era nuestro modo de vida. Pasé mi adolescencia yendo de Matamoros a Brownsville todos los domingos para asistir a la escuela durante la semana. Pasaba los días de semana con mi mamá en un pequeño apartamento alquilado, donde la vida se movía al ritmo de la rutina: clases, danza, tarea.
En los fines de semana, volvía a Matamoros, a la calidez de los abrazos de mi abuelita, al aroma de las tortillas de harina con deshebrada y al ajetreo del salón de belleza de mi mamá. Los sábados me sentaba en ese salón durante horas viendo cómo mi mamá alisaba, rizaba y teñía cabello.
Mi mamá construyó su negoció y su vida en México, no porque no tuviera oportunidades en Estados Unidos, sino porque en México tenía sus raíces, su propósito y su comunidad. Su historia se contradice con la narrativa predominante de que las personas inmigrantes solo vienen a los Estados Unidos buscando una mejor situación económica. En nuestras vidas, el movimiento de un lado a otro de la frontera no era por desesperación, era para tener más posibilidades, principalmente para mí y mis dos hermanos menores.
Los domingos hacía catecismo con mis amigos de la escuela de Brownsville, muchos de los cuales también cruzaban el puente a diario. Después de misa, salíamos a toda prisa a los carritos de comida y luego íbamos a Cinépolis para ver una película o a Starbucks, la cadena estadounidense con un éxito arrasador en un pueblo mexicano. Pertenecíamos a los dos sitios. Nos veíamos de nuevo a la mañana siguiente en el aula de nuestra escuela estadounidense, del otro lado del puente.
La calidez del hogar, ya sea en un plato de comida, un salón de belleza o una conversación, se podía sentir y compartir en ambos lados de la frontera. Para nosotros, el hogar trascendía la geografía. Trascendía la propia frontera.
Haber crecido en las dos ciudades nos permite no solo fluir entre la cultura mexicana y la estadounidense sin esfuerzo, sino también abrazar una forma única y sintetizada de la identidad mexicano-estadounidense.
La frontera nos recuerda que las comunidades existían mucho antes de que hubiera siquiera una frontera que las divida. Las familias, las tradiciones y las economías han cruzado de un lado a otro de esta región por generaciones, mucho antes de que se trazaran líneas en un mapa. La frontera no nos recuerda la división, sino la continuidad, la profundidad de nuestros lazos, sin importar dónde termine un país y dónde comience el otro.
Nada refleja esta realidad más que la Fiesta Charro Days, una tradición que se celebra desde hace 87 años a fines de febrero. Fundada en Brownsville durante la Gran Depresión, la Fiesta Charro Days se creó en conmemoración y reconocimiento de la rica influencia de la cultura mexicana en esta región.
Este festival transnacional se inicia con “el saludo”, un acto donde el alcalde de Brownsville y el presidente municipal de Matamoros se reúnen en el centro del Puente Nuevo, uno de los tres puentes que conectan las dos ciudades, y se dan un apretón de manos como símbolo de hermandad y unión.
Las festividades incluyen un Desfile de Niños, donde los niños de las dos ciudades llenan las calles vestidos con atuendos coloridos mexicanos. Luego, viene el Desfile Iluminado que alumbra la frontera, mientras Mr. Amigo, la persona agasajada que representa el espíritu de la amistad que une a Brownsville y Matamoros, desfila por las dos ciudades.
Para nosotros, Charro Days no es cualquier feriado, es la festividad más importante del año. El jueves, las escuelas a los dos lados de la frontera terminan el día más temprano y el viernes no dan clases, para que todos puedan participar en las celebraciones. Y para mí, es superespecial. Mi cumpleaños siempre cae durante la Fiesta Charro Days.
Todos los años cuando era pequeña, las luces, los rides y las atracciones del carnaval, el aroma a elote y las funnel cakes convertían a la frontera en magia pura.
Un año, en 2022, Elon Musk, el más prominente de los asesores del presidente Trump, tomó parte en las festividades con su hijo X. Musk, cuyas compañías tienen grandes operaciones en Texas, pareció disfrutar de los sabores locales, probó la spiropapa, una papa cortada en espirales, frita y pinchada en un palito, y conversó con los residentes locales. Su compañía SpaceX incluso se sumó a uno de los desfiles con un vehículo que llevaba un motor Raptor y demostraba los avances tecnológicos que ocurrían en la ciudad vecina de Boca Chica Beach.
Este año, a pesar del énfasis de la administración Trump en militarizar la frontera, sus políticas fronterizas cada vez más restrictivas y el impacto que ha tenido sobre las familias y los negocios, la gente a los dos lados de la frontera siguió reuniéndose para celebrar un lazo que perdura por encima de cualquier intento por dividirla. A pesar de las divisiones políticas que se han profundizado en los últimos años, la Fiesta Charro Days nos recuerda que a la región de la frontera no la define la política, sino un sentimiento compartido de comunidad.
Sí, hay una crisis en la frontera y es humanitaria. Yo la he visto con mis propios ojos. A solo unas cuadras de la frontera, hay personas de Venezuela, Haití, Rusia, Ucrania y tantos otros lugares, varadas en campamentos improvisados a lo largo de “El Bordo,” un ducto de desagüe que separa las dos ciudades, mientras esperan la oportunidad de obtener asilo.
Esta crisis no es nueva. Ha estado sucediendo durante décadas. Cuando era pequeña, por mi pasaporte estadounidense, mis cruces entre Brownsville y Matamoros eran simples y sin problemas. Dado que, para entrar a México, nunca se ha requerido documentación, yo me movía de una ciudad a la otra con facilidad.
Hoy, cuando viajo entre Brownsville y Matamoros, no puedo evitar pensar en las familias que acampan en la frontera, los grupos de personas que caminan por las calles tratando de ganar unos pocos pesos y los refugios y sitios abarrotados donde la gente que no tiene donde ir se queda a esperar.
La situación ha empeorado este año. Si bien antes las personas con visa y residencia legal cruzaban la frontera sin preocuparse, mucha gente que ha vivido y trabajado legalmente en EE .UU. por años ahora teme que su derecho a cruzar ya no se garantice. El endurecimiento de las políticas migratorias y la demonización generalizada de los inmigrantes han hecho que los cruces fronterizos cotidianos se vuelvan más problemáticos.
De un lado de la frontera, las personas ciudadanas mexicanas se preocupan por que les quiten sus visas estadounidenses en los controles fronterizos cuando quieran entrar a los Estados Unidos. Del otro lado, las personas residentes estadounidenses no quieren cruzar a México por miedo a que los oficiales de Aduanas y Protección Fronteriza les quiten sus documentos cuando regresen.
De un modo u otro, el miedo y la confusión se han apoderado de la vida de quienes a diario cruzan la frontera.
El presidente Trump se refiere una y otra vez a las personas inmigrantes como “invasores”, un término que define a grupos enteros de personas como una amenaza para la seguridad nacional. Este lenguaje deshumanizante alimenta la narrativa que busca “proteger al pueblo estadounidense de cualquier invasión” en la frontera sur.
A su vez, esa narrativa posibilita la implementación de políticas de mano dura, como el uso del presidente de la Ley de Enemigos Extranjeros (Alien Enemies Act), una ley de tiempos de guerra que se ha invocado cínicamente para deportar a ciertos inmigrantes a una cárcel infame de El Salvador bajo la acusación no comprobada de que representan una amenaza.
Pero, para mí, una persona que nació en la frontera, la gente inmigrante solo busca algo mejor, como lo hizo mi propia familia. Y para muchas comunidades mexicano-estadounidenses que viven a lo largo de la frontera, no existe ninguna línea que nos divida verdaderamente.
La frontera fue, y sigue siendo, mi hogar.
Traducción de Ana Lis Salotti.