Enriquecimiento personal de quienes ocupan cargos públicos
Trump está fusionando los poderes de la presidencia con sus empresas y finanzas personales en magnitudes nunca antes vistas, por ejemplo, al promover la empresa de criptomonedas de su familia y firmar extraordinarios acuerdos inmobiliarios internacionales. Trump logró seguir vinculado a su imperio corporativo luego de negarse a colocar sus activos en un fideicomiso ciego, una precaución que han tomado todos los presidentes desde la década de los 70, menos Trump, para preservar la confianza del público y evitar hasta la apariencia de corrupción.
Hay otros ejemplos además de los negocios de Trump Organization. Trump ha aceptado al menos un opulento regalo de un gobierno extranjero: un avión de lujo de parte de Qatar valuado en $400 millones que, según se supo, se transferirá a la biblioteca del presidente cuando termine su mandato.
También hay otros funcionarios de la administración que salen beneficiados, dada su lista de conflictos extraordinariamente larga y la falta de disuasión real por el débil cumplimiento de las normas y la eliminación de las salvaguardas existentes contra la corrupción. Por ejemplo, el enviado especial de Trump en el Medio Oriente, Steve Witkoff, está negociando acuerdos en representación de la administración, junto con sus muchos intereses empresariales personales en la región. Otros como el secretario de Comercio Howard Lutnick, el secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr. y el administrador de Medicare y Medicaid Mehmet Oz están manejando temas que podrían beneficiar sus propias inversiones o las de sus familias.
Pero el enriquecimiento personal no es un problema exclusivo de la rama ejecutiva. Congresistas siguen beneficiándose de la información privilegiada que tienen para comprar o vender acciones, debido al débil cumplimiento de las reglas existentes, y se niegan a aprobar reformas populares, como una ley propuesta que les prohibiría por completo invertir en acciones.
Mientras tanto, los magistrados de la Corte Suprema aceptan regalos extravagantes, por ejemplo, de personas implicadas en casos considerados por la Corte. Esto ocurre casi sin transparencia y ninguna rendición de cuentas, ya que los magistrados no se rigen por un código de ética vinculante.
Coerción y estafas
Trump también ha hecho un uso agresivo de sus demandas judiciales personales para obtener pagos de las compañías que le provocan ira, algo que ningún otro presidente ha hecho en la historia moderna de los Estados Unidos. ABC, Meta y Paramount, por ejemplo, han acordado pagar decenas de millones de dólares cada una al fondo de la biblioteca presidencial de Trump para resolver las alegaciones de Trump en su contra.
Si bien los expertos han desestimado estas alegaciones por carecer de mérito, los ejecutivos corporativos parecieron preferir negociar acuerdos con Trump para seguir cayéndole en gracia, en lugar de darle batalla en los tribunales. En el caso de Paramount, esta decisión surgió cuando la compañía solicitaba la aprobación de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés) por una fusión posiblemente lucrativa con Skydance Media.
Los motivos que crearon este momento
Varios factores clave han preparado el terreno para llegar a este momento, entre ellos, distintas decisiones perjudiciales de la Corte Suprema, el cinismo en el discurso público y la hostilidad que la administración Trump demuestra por el sistema de frenos y contrapesos.
Decisiones de la Corte Suprema que permiten que reine la corrupción
Durante décadas, la Corte Suprema ha deteriorado las regulaciones sobre el financiamiento de campañas políticas y restringido la definición legal de cómo la influencia del dinero puede considerarse corrupción. Estas decisiones, comenzando por el caso Buckley v. Valeo en 1976 y terminando con el caso Citizens United, entre otras, han provocado una explosión de donaciones políticas.
Esta inundación de dinero proviene, en particular, de supercomités de acción política, o súper-PAC, que pueden recaudar y gastar sumas ilimitadas de dinero. Ello ha permitido que donantes ultrarricos dominen la política de modos que eran ilegales antes del caso Citizens United y serían inaceptables en otros países.
En otra serie de casos, la Corte debilitó las leyes penales federales anticorrupción aceptando tácitamente que la corrupción es un aspecto inevitable de la política. La Corte también eliminó varios de los controles sobre el poder presidencial, inclusive las reglas para despedir a funcionarios de la rama ejecutiva y la capacidad de las fiscalías de hacer que el presidente rinda cuentas por comportamientos indebidos mientras ocupa su cargo.
Al recortar una enorme cantidad de comportamientos por los que antes se debía rendir cuentas, al restringir el alcance de lo que se considera corrupción y al reducir gravemente las herramientas disponibles para frenarla, estas decisiones crean un entorno que incentiva los comportamientos indebidos en la administración pública.
Una perspectiva cínica sobre la corrupción
Durante años, actores partidistas se han aprovechado del panorama legal que creó la Corte Suprema, han empujado los límites de lo que se considera una conducta aceptable y han diluido el discurso público en torno a la corrupción. El auge de una política despiadada de ganar a toda costa de fines de los años 80 hizo que las acusaciones de corrupción se vuelvan ataques partidistas.
La práctica de señalar como corrupto cualquier cosa que haga el otro partido ha contribuido al cinismo público sobre el sistema político y le ha robado significado al término. Lo mismo ha pasado con la cobertura de las elecciones por parte de los medios de comunicación como si fueran una carrera de caballos y su usual costumbre de mostrar un falso equilibrio.
Si bien no es el único con comportamientos que transgreden las normas, el presidente Trump ha acelerado estas tendencias con su estilo abiertamente transaccional de ejercer el poder. Hizo campaña prometiendo recompensar a amigos y castigar a enemigos y ahora hace alarde de sus favores o desfavores y sus consecuencias. Este descaro altera las percepciones de qué comportamientos se consideran corruptos, lo cual refuerza la creencia del público de que la corrupción es una parte normal de la política en los Estados Unidos y crea un precedente de mala conducta para el futuro.
Eliminación de las salvaguardas contra la corrupción
La administración Trump ha adoptado una postura radical y desenfrenada sobre el poder ejecutivo y, al mismo tiempo, está desmantelando deliberadamente las entidades de control y los mecanismos de cumplimiento anticorrupción. Por ejemplo, la administración:
Cómo frenar la corrupción
La historia en los Estados Unidos ha demostrado que la reacción del público puede provocar reformas importantes. En uno de los casos más recientes, la indignación del público por el rescate al sector bancario después de la crisis financiera de 2008 se tradujo en la adopción de nuevas salvaguardas para proteger la estabilidad económica.
Después del escándalo Watergate que dio lugar a la renuncia del presidente Richard Nixon, la subsiguiente inundación de llamadas y cartas del electorado obligó al Congreso a aprobar históricas leyes de reforma ética y financiamiento de campañas diseñadas para aumentar la transparencia y restringir la influencia del dinero en la política.
Y durante la Edad Dorada, la cólera del público generó manifestaciones masivas y grandes movimientos políticos, que se tradujeron en una ola de reformas de la Era Progresiva que mejoraron las condiciones de vida, disolvieron monopolios y le pusieron un freno a la influencia de las corporaciones en las elecciones.
Al negarse a aceptar la corrupción como un componente inevitable de la política y exigir una correcta rendición de cuentas —a través de denuncias de corrupción, denuncias de irregularidades por parte del personal y la presión política— las personas ciudadanas pueden generar cambios reales.
La creciente amenaza presentada por la concentración de riqueza y poder que domina nuestro sistema político exige una fuerte respuesta y la aplicación de reformas de sentido común. En el corto plazo, el Congreso debe restituir el sistema de frenos y contrapesos y las salvaguardas contra la corrupción que la actual administración ha desmantelado, y ampliar las reformas federales en materia de ética para cerrar los vacíos legales que exceptúan al presidente y a otros altos funcionarios de cumplir hasta las normas más básicas sobre conflictos de intereses.
También debe reformar las reglas sobre la financiación de campañas políticas para contrarrestar los peores efectos de las decisiones erradas de la Corte Suprema y ofrecerles a las personas candidatas una forma viable de financiar sus campañas sin tener que depender de donantes ultrarricos.
El sistema también necesita cambios a un nivel más fundamental. La normalización de la corrupción en la política de los Estados Unidos ha erosionado las bases de la gobernanza democrática. Como respuesta, el país necesita una agenda de reforma audaz que le devuelva el poder al pueblo estadounidense y recupere la confianza y la integridad del gobierno.
Ello implica revitalizar la capacidad del Congreso como la primera rama de gobierno de los Estados Unidos para contener a un poder ejecutivo que se ha salido de control y reformar a un poder judicial que está cada vez más desconectado de la realidad del pueblo.
Para cumplir con esta visión, el público debe hacer que sus líderes electos rindan cuentas y exigir que estas reformas se conviertan, de ahora en más, en una prioridad de gobierno.
Traducción de Ana Lis Salotti.