Suscríbete aquí al boletín informativo del Brennan Center en español
- Un Congreso sumiso amenaza nuestro orden constitucional y nuestra democracia.
- Un aumento en las olas de violencia, las distorsiones del dinero en la política y los cambios tecnológicos han socavado la capacidad de acción del Congreso durante los últimos 50 años.
El cierre del gobierno de los EE. UU. más largo de la historia terminó. Este cierre, que duró 43 días, nos recuerda lo estancado que está nuestro gobierno y que el Congreso sigue siendo la clave para destrabarlo.
El Congreso y el ejecutivo siempre se han enredado en luchas de poder cruzadas, entre ellas, luchas sobre las facultades de gastar dinero. El segundo cierre de gobierno más largo de la historia, un impasse de 21 días ocurrido por cuestiones presupuestarias a fines de 1995, brinda un importante ejemplo. Contar con un presupuesto equilibrado era una prioridad central para el partido republicano de esa época, que había recuperado el control de la Cámara de Representantes después de 40 años de ser minoría. La Cámara de Representantes, ahora liderada por Newt Gingrich, luchaba por aprobar recortes presupuestarios y el presidente Bill Clinton los vetaba.
Uno de los puntos centrales en disenso durante las negociaciones era si debían guiarse por las proyecciones de la Oficina de Presupuesto del Congreso o por las de la Oficina de Administración y Presupuesto de la Casa Blanca. Clinton decía que los republicanos de la Cámara de Representantes “no habían logrado aprobar las simples leyes necesarias para mantener abierto el gobierno sin imponer grandes aumentos en las primas de Medicare”, una afirmación que nos recuerda al cierre más reciente.
Después de semanas de varios tira y afloja con la administración Clinton, los republicanos abandonaron su lucha por equilibrar el presupuesto y cedieron. Este punto muerto, que duró tres semanas, fue un enfrentamiento entre la mayoría de un partido que lideraba la Cámara de Representantes y un presidente del otro partido.
Los conflictos por la retención de fondos asignados —el concepto que supone que el presidente tiene la facultad de retener, es decir, no gastar dinero que el Congreso ya aprobó— tampoco son nuevos. Aunque la retención de fondos asignados es inconstitucional, el presidente Richard Nixon retuvo más de $50 mil millones a comienzos de la década de 1970.
Carl Albert, el entonces presidente de la Cámara de Representantes, escribió: “Si se le quita este poder [de controlar la cartera federal], el Congreso no es más que una sociedad de debate... El voto del pueblo por sus representantes perdería todo su sentido. Sin el freno de este fundamental poder legislativo, cualquier presidente tendría la prerrogativa autocrática de hacer y gastar lo que le plazca”.
El presidente Trump reavivó la retención de los fondos asignados y, en uno de sus actos políticos, la describió como algo que “le permite al presidente ir, recortar cosas y ahorrarle fortunas a nuestro país. Cosas que no tienen sentido”. Suspendió el trabajo de agencias federales enteras, le quitó fondos a la ciudad de Nueva York después de haber sido desembolsados y desafió al Congreso con la movida de recortar $5 mil millones de dólares en asistencia internacional que el Congreso ya había aprobado.
Este es un precedente muy peligroso. Un Congreso sumiso amenaza nuestro orden constitucional y nuestra democracia. Sabemos por otros países con retrocesos democráticos que, cuando una legislatura débil cede poder al ejecutivo, un líder autoritario puede consolidar su poder con más facilidad.
En Hungría, el partido Fidesz de Viktor Orbán modificó la Constitución y le quitó muchos poderes a la legislatura, lo cual solidificó el control unilateral del autócrata. Por otro lado, en Corea del Sur, después del proceso de destitución de la presidenta Park Geun-hye, se ampliaron las facultades de investigación y control de la Asamblea Nacional Coreana en una serie de reformas que fortalecieron la democracia de Corea del Sur.
Tal como lo explico en mi libro Stuck, de próxima publicación, un aumento en las olas de violencia, las distorsiones del dinero en la política y los cambios tecnológicos han socavado la capacidad de acción del Congreso durante los últimos 50 años.
El libro comienza inmediatamente después del escándalo Watergate en 1974, cuando toda una clase de reformistas llegó a Washington para reparar la democracia estadounidense. Y sigue a tres de las mayores clases de miembros nuevos electos en el Congreso de la última mitad de siglo, las clases de 1974, 1994 y 2018. Cada una de ellas se veía motivada por la noción de que nuestra política estaba rota y que el presidente se había pasado de la raya. El análisis histórico explica cómo el Congreso se quedó tan atascado en un atolladero histórico que ya no funciona en igualdad de condiciones con la rama ejecutiva, y plantea que sus miembros ya no pueden cumplir sus roles.
El libro también presenta un plan para destrabar al Congreso y restaurar su capacidad de gobernar. Reformar el modo en que se financian las campañas políticas es fundamental para garantizar que los miembros del Congreso dediquen tiempo a controlar y legislar, en lugar de pasar horas tratando de conseguir donantes. Transformar estructuras internas ineficientes y aumentar los recursos de los miembros en un Congreso que tiene 120 veces menos fondos que la rama ejecutiva también son pasos cruciales para darle a la rama legislativa el poder independiente necesario para que pueda ponerle un freno al ejecutivo.
Y en un clima de violencia política que restringe la participación cívica, desalienta a las personas a presentarse a elecciones o permanecer en sus cargos electos, e incluso influye en la forma en que votan por miedo a ser víctimas de la violencia, debemos invertir en los cambios políticos que se precisan para garantizar la seguridad de los miembros del Congreso. El libro detalla estos y otros cambios políticos que pueden volver a encarrilar al Congreso.
El Congreso es maleable. Tiene ciclos. Lo moldean y reforman las personas que caminan por sus pasillos y quienes los eligen, como así también quienes votan para que vengan otros. Ahora más que nunca, necesitamos un Congreso fuerte que se enfrente al presidente y proteja nuestra democracia. Y debemos aprender de la historia, que no basta con tener esperanza, sino que hay que luchar para lograr el cambio.
Traducción de Ana Lis Salotti